La Virgen María, Madre de la Iglesia


La Virgen María, Madre de la Iglesia

María Santísima es Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, es Madre de la Iglesia.

No ha sido un título muy usado, prácticamente, en la historia de la Iglesia, ni es un dogma, sino que más bien es una enseñanza destinada a nuestra dimensión devocional. Por un lado, la tradición de los padres de la Iglesia tenían interés en añadir una prerrogativa más a la Virgen, pero por otra parte se tiene interés en resaltar su misión en la obra salvadora de Dios: María se convierte en tipo y modelo de la Iglesia.

Es a partir del Concilio Vaticano II, donde adquiere más relevancia esta devoción: María tiene una misión de mediadora y de abogada nuestra, es modelo de perfecto discípulo y hemos de imitarla en nuestra respuesta de fe y en nuestro seguimiento de Jesucristo. La maternidad de María le recuerda a la Iglesia cuál ha de ser su actitud para con sus hijos, los creyentes, a los que María ha de cuidar, sostener en la fe y guiar hacia Jesús con un amor y una solicitud maternales.

El amor a la Virgen está muy presente en la Iglesia, no tenemos más que mirarnos y comprobar que por cariño a Ella, a su Imagen, la portamos con toda dignidad el Lunes Santo, además de dedicarle otros cultos a lo largo del año. Con su figura atrae a los creyentes hacia su Hijo, nos da ejemplo de obediencia al Padre, de forma que intentando imitarla progresemos continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, el amor.

Para terminar os traslado un texto del Concilio donde podemos ver la actitud de la Iglesia:

“Pues María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad y buscando y obedeciendo en todo la voluntad divina” (LG 65)

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