De la Pasión a la acción: mi Semana Santa durante todo el año. Procesión diaria de solidaridad: mi otra Cofradía.

 

Mi Semana Santa no dura siete días, sino los 365 del año.

Para quien me conoce, esto no será una sorpresa: siempre he intentado mejorar cualquier situación desde dentro, participando activamente y asumiendo responsabilidades. Y bien que lo he intentado, entre otras cosas porque me considero parte de la Iglesia. Como tal, así debo actuar.

Mis comienzos no fueron fáciles. Era muy joven y no me centré solo en un proyecto, sino en varios frentes a la vez. Reconozco que quien mucho abarca poco aprieta, y algunos aspectos vitales se me escaparon de las manos. Sin embargo, gracias a Dios, lo que vino después superó con creces mis expectativas y me mantiene hoy con ilusión.

Tenía apenas 17 años cuando asumí la gerencia de una empresa y la presidencia de una Cofradía. A los 18, iniciaba ya mi carrera profesional. Todo esto lo guardo con orgullo, aunque también soy consciente de que algunas decisiones que tuve que tomar entonces no fueron bien recibidas por todos. Para un joven de 17 o 18 años, iniciar cambios profundos e inversiones importantes no es fácil. Imaginadlo por un momento.

Algún día relataré con detalle todos… barajo incluso unas memorias.

Cómo aquellos años tomé las riendas de El Sol de Antequera junto a mi padre. Cómo sacamos adelante una herencia difícil, y cómo conseguimos pasar de la imprenta tradicional a la modernidad informática. Aquello me abrió las puertas para trabajar en la antigua Caja de Ahorros de Antequera, hoy Unicaja, que se convirtió en la mejor experiencia profesional de mi vida.

Paralelamente, emprendí otro proyecto personal, acompañado por quien se convirtió en uno de mis grandes amigos, Juan Antonio. Juntos, impulsamos uno de los cambios más profundos de nuestra Antequera cofrade: la renovación de la Cofradía de los Estudiantes, allá por 1985.

Hoy, Lunes Santo, esa memoria se hace especialmente viva.

La Cofradía entonces estaba endeudada por un préstamo que la anterior junta había solicitado para costear la segunda participación de la Legión un Lunes Santo. Esa directiva se desvinculó del pago, y fuimos un grupo de jóvenes, casi por azar, quienes logramos saldar la deuda gestionando la caseta de feria de agosto, con la ayuda de negocios locales como el Pub del Churri y el Bar Reyes, pintando carteles a mano (no había impresoras ni nada por el estilo) y dedicando tardes enteras en la Capilla, sin apenas luz, con apenas un par de focos en toda la iglesia… ¡cuántos recuerdos!

Una vez saldado el préstamo y con la mayoría de edad a la vuelta de la esquina, intenté formar un equipo sólido para la Junta de la Cofradía. Pero la diferencia de edad, las circunstancias personales o incluso ciertas diferencias ideológicas alejaron a algunos. Otros, por soberbia o desinterés, también se apartaron del camino, aunque en principio habían aceptado seguir, mostró en mi primer Lunes Santo como Hermano Mayor, antes del día y durante el recorrido procesional, una actitud inadecuada que, sumada a un incidente en la entrada del paso al patio de la iglesia, acabó con su destitución inmediata (ya detallaré con más precisión estos casos, hoy no lo merecen).

Al cumplir los 18 años, y tras las elecciones según los estatutos, recibimos el respaldo unánime de los cofrades para dirigir la Hermandad. Aquel día lo celebro, porque ese equipo de jóvenes, aunque olvidado por algunos hoy día, fue clave en el devenir de la Cofradía.

Suprimimos la “copa de vino español” del último día del triduo, sustituyéndola por una donación a Cáritas; cambiamos la fiesta discotequera del Lunes Santo por la misa previa a la salida; instauramos las festividades de nuestros tres Sagrados Titulares; dimos entrada a quienes hoy son pilares fundamentales de la Cofradía; y como broche, recuperamos el valioso patrimonio de la antigua Hermandad de la Santa Vera Cruz, gracias al cariño de la familia Muñoz Rojas.

Aquellos jóvenes estudiantes, mediante verbenas, sorteos y el esfuerzo colectivo, conseguimos nuevos palios, candelabros, tronos y la rehabilitación inicial de la iglesia. Pero, sobre todo, dimos un giro decisivo a la Cofradía, que hoy es una de las más serias de nuestra Semana Santa.

Que no se preocupen los responsables e ideólogos actuales, no nos hace falta ninguna participación ni reconocimiento, lo que hicimos lo hicimos porque era lo que tenía que hacerse y todo para el bien de la permanencia de la hermandad.

Mi visión siempre fue clara: volver a los orígenes de las cofradías, al servicio a la sociedad antequerana, al fin último de nuestra fe: el AMOR a los demás. No siempre es bien visto, pero lo intenté una vez, dos veces, hasta tres, y no dudo que volveré a intentarlo si tengo fuerzas y equipo.

Hoy, esos caminos se han entrecruzado en el mayor logro personal que he podido materializar, junto a mi esposa Rosi. Juntos formamos parte de un grupo que, desde agosto de 2018, ha repartido más de 300.000 menús y bolsas de alimentos, con la vista puesta en seguir creciendo.

Así me encuentro hoy, comenzando el día "sacando a la calle" otra Cofradía: nuestro cuerpo procesional se compone de las más de 250 personas que atendemos a diario, todos los días del año. Nuestra vela se convierte en plato tan necesario que alumbra el día a día a estas familias. Nuestros oros, terciopelos y acompañamiento musical son nuestros empleados, empleadas, voluntarios, voluntarias, socios y socias. Nuestro itinerario oficial, el vernos cara a cara con la necesidad, los malos momentos, que son a la vez esperanza y cercanía. Esta es mi particular Semana Santa, vivida cada día, intentando seguir a Jesús, con el ejemplo de San Francisco de Asís y Madre Carmen del Niño Jesús como guías.

Formar parte de la Asociación Casas de Asís es un verdadero honor. Ojalá sigamos creciendo por y para los más necesitados, cada día del año.

¡Ahí queó!


























































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