Antequera, sus Dólmenes, patrimonio mío, patrimonio antequerano, patrimonio andaluz, patrimonio de la humanidad.

Desde que el pasado solsticio tuve la oportunidad de disfrutar del fenómeno natural junto a mi hijo Miguel Ángel, de tan sólo siete años, he tenido unas ganas enormes de dejar por escrito aquello que viví, aquello que llegué a sentir… Y mucho más cuando la vida me daba la oportunidad de transmitir ahora lo que hace mucho que mi padre me dio en unas circunstancias prácticamente idénticas… gracias padre.
Quizás este relato tenga inicio en aquel día mágico: Radio Nacional de España celebraba su cincuenta  aniversario y la forma que tuvo de hacerlo fue conectando desde varios lugares de nuestra nación desde donde estuvieron retransmitiendo durante toda aquella jornada, así desde “que saliera el sol por Antequera” hasta “la luna de Valencia” hicieron todo un recorrido nacional donde repasaron la idiosincrasia, la cultura, la leyenda, la vida de nuestro país.
Y desde Antequera se retransmitió la salida del sol, en el Colegio de la Vera Cruz se instaló un improvisado estudio radiofónico en una de sus aulas, en donde mi padre, Ángel Guerrero Fernández, narraba esa salida de sol. Recuerdo la gama de colores que se divisaba desde allí arriba: la oscuridad de la noche llena de gotas de luces en las calles, iba dando paso poco a poco a unos tonos azulados sobre la cal blanca de las casas, para pasar a la gama del amarillo anaranjado… la luz, el color, la magia.
Luz, color, magia, aire, tacto, sonidos los que pude repetir como dije al principio este año junto a mi hijo. Todo empezó días antes cuando ya lo planeábamos, su ilusión, la mía, eran enormes. Aumentaron la noche antes al acostarnos y emplazarnos a la mañana siguiente. Y llegó la hora y sobre las seis nos despertamos y sin que nos costara ningún trabajo nos levantamos, tomamos un rápido desayuno que nos calentara algo y nos dispusimos a dirigirnos a ese lugar único de nuestros dólmenes antequeranos.
Magia, color, alegría, sorpresa, interés lo que se reflejaba en su rostro, cargado con la mochila de la cámara de fotos, cámara de video en su mano, empezó a querer no perderse detalle del acontecimiento. Y allí estábamos, los primeros ante el impresionante megalito, con la mirada puesta en el horizonte, hacia la peña, hacia el sol naciente. No quise perder la oportunidad de rememorar aquella vez que puede contemplar esa misma escena junto a mi padre, escuchando él con gran atención, nos sorprendió a los dos otra señora, rozaría los sesenta años, que se nos acercó y al escucharnos también nos comentó cómo ella también  había acompañado de pequeña a su padre… ¡qué casualidad!
Y desde ese momento la naturaleza nos envolvió y se apoderó de nosotros, mirábamos absortos aquel espectáculo, y con toda la tranquilidad nos movimos por el monumento, y captamos las imágenes, tanto en nuestra retina como con las máquinas fotográficas y de video. Para muestra la foto que acompaño, del primer rayo de sol apareciendo, mi hijo delante y en el marco impresionante de Menga.
Cuando estos días se están llevando a cabo tantas actuaciones de cara a conseguir que se declaren nuestros dólmenes Patrimonio de la Humanidad, yo invitaría a estos insignes enviados de la Unesco a que vieran estos monumentos con los ojos de un niño, o quizás incluso, que se vinieran acompañados de sus hijos. Entonces verían lo que en una mente inocente, abierta, sensible, pueden llegar a significar estos vestigios de nuestros antepasados. Yo tuve la suerte de verlo en mi hijo, yo vi como él aprehendió de ese momento, como lo disfrutó y como esa construcción de hace más de cinco mil años, sigue siendo mágica y poderosa en nuestros días, vi como lo atrajo, vi como le enseñaba, vi como lo confortaba. Si hoy con los avances de nuestra era, con nuestras tecnologías, con el avance del conocimiento, en un niño de siete años provoca lo que tuve la suerte de poder ver, ¿Qué provocaría en las personas de hace cinco milenios? ¿Qué significaría para ellos? Sin duda un éxito de la humanidad que tenemos la suerte de poder tener a nuestro alcance en Antequera, entre otros monumentos naturales que desde el Jurásico también nos acompañan: el Torcal y la Peña de los Enamorados.

Los dólmenes ya eran patrimonio mío, por suerte lo son de muchos antequeranos, andaluces, españoles, que saben apreciarlos… y además los considero también patrimonio de la Humanidad.



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